miércoles, 26 de diciembre de 2018

MILAGRITOS COTIDIANOS

 


MILAGRITOS COTIDIANOS
 
 

He intentado encontrar una foto de ellos dos besándose, intercambiándose anillos o con las manos enlazadas al menos; pero esas fotos no existen. Tenemos aquí delante a todo un exalcalde de Vitoria, actualmente vicesecretario general de organización del PP. El otro es un economista gerente de varias sociedades radicadas en Durango; así que la cosa no va así. Olvídenlo, ¿ok? Ante todo urbanidad y buenas maneras.
Y como me dispongo a hablar más o menos bien de estos dos señores de chaqué aquí tan sonrientes, quisiera primero aclarar que yo soy votante podemita desde que existe la formación; aunque puestos a reconocer, también les confieso que en este asunto del voto me empieza a pasar un poco lo que a Valle-Inclán con el Carlismo, que mi filiación es más por estética que otra cosa. Yo voto a Podemos porque la candidatura de Mario Erre me parece de las más sexis que se puedan encontrar hoy por hoy en la política.
Pero antes de empezar a hablar de Maroto y de su santo, me van a permitir que hable un poquito de una buena amiga mía. Algunos ya la conocen. ¿Recuerdan a aquélla muchacha que durante una larga sobremesa me interrogó, a bocajarro y sin anestesia, sobre mis hábitos sexuales? Si no lo recuerdan no les culpo, estarían ustedes ocupados ‘likeando’ videos de gatetes. Y total, a mí no me cuesta nada recapitular un poquito y ponerles en situación. El caso es que yo le dediqué un posteo bastante agrio a mi amiga para indicarle que mi libro de estilo desaconseja de pleno el formular ese tipo de preguntas fuera del tálamo. Y como soy de natural miedoso, estuve unos cuantos días temiendo su reacción. Bueno, pues al final mis temores han quedado en agüita de borrajas, porque no ha habido reacción alguna por su parte. Ayer mi amiga Joe me ha felicitado la Navidad como si nada y pelillos a la mar. Es posible que haya decidido acogerse a esa máxima tan socorrida de que ‘lo que no se nombra no existe’; o quizá y aún más probable, que ni siquiera me haya leído. Y no la culpo, estaría entretenida ‘likeando’ a otros gais más musculados. Bien que hace.  
Pero el caso es que yo no me he quedado a gusto. A los amigos se les quiere por sus defectos y por sus virtudes. Y para mí los pecados de Joe son perfectísimamente veniales: Incontinencia verbal e imprudencia, dos defectos perdonables porque los dos son flaquezas que también yo comparto con ella y con otra mucha gente.
En el caso de sus virtudes, yo destacaría una por encima de todas las demás, que no son pocas: Mi amiga Joe me hace pensar. Y eso es algo que no se paga con dinero, en serio; cuando encuentren ustedes a alguien así, no lo dejen escapar.
Y eso, que aquella sobremesa dio para mucho. Tanto como pueda dar de sí una botella guarripei de Berberana. Hubo preguntas capciosas, respuestas algo reticentes aunque cargadas sin embargo de generosidad; y hubo, además de todo eso, magia. Mucha magia. Y hoy me dispongo a hablarles de eso, de de la magia. (Nobleza obliga, Joe; y a pesar de que tu flema británica te ha inclinado una vez más a condescender con mis arranques de vehemencia caligráfica, yo este desagravio te lo debo).  
Y ahora sí, vamos al tema, los dos señorines tan felices de la foto. Pues verán, habríamos promediado ya la botella de tintorro cuando Maroto se nos coló en la conversación. Y antes de que Joe pudiese siquiera terminar de pronunciar el nombre del ex edil, yo ya había empezado a disparar toda una batería de improperios en contra del alavés. Incongruente perrofaldero, maricamala de calzón largo, desertor del arado vestido de armiño o ‘señorona mayor que le huele mogollón el chochamen a naftalina’. Esos fueron solo algunos de los calificativos que quiso mi cerrazón dedicarle. Eso y alguna peregrina alusión a determinadas parafilias que considero quizá demasiado gráfica como para transcribirla aquí y amargarles a ustedes el café, porque qué necesidad. El caso es que yo me puse más rabioso que la Patiño en una piscina de pulgas. Tanto que la señorita Winifred pegó un bufido, erizó todos los pelos y fue a parapetarse de un respingo adentro del revistero, con eso les digo todo.
Y entonces va Joe, me pasa el porro como si nada y con estas sencillas y escuetas palabras, sin levantar la voz ni un poquito, consigue partirme la cabeza en dos en un momento:
—Pues fíjate que yo estaba por decirte que la militancia de Maroto me parece muchísimo más meritoria que la de cualquier adalid de la izquierda».
¡Zasca! Me mató. Bueno, no; no del todo. Pero sí que me dio un poco de paralís en un ojo y estuve tentado de echarla de casa.
—¿Cómo es eso? ¿A qué te refieres?
—Me refiero a que al kraken se le puede atacar desde muy diversos frentes: a pedradas y a cañonazos desde fuera, o bien desde dentro, como lo hace un virus. La segunda manera es mucho más sibilina, requiere un esfuerzo diferente y a la postre yo creo que resulta incluso más eficaz. Un caballo de madera con la panza repleta de soldados, si sabes por dónde voy.
Y de pronto comprendí. ¡Eureka! Gracias Joe, de verdad que no tengo palabras. Toda una nueva perspectiva se desplegó entonces frente a mí y tuve algo similar a una epifanía. Y si no fue una epifanía, cuando menos fue algo parecido al gustirrinín de después de mear. ¿Pueden sentirlo?
De acuerdo, imaginen que nacen como varones en el seno de una familia de las chachis, pero de las chachis de verdad, sábanas de algodón egipcio y todo eso. Imaginen que a las niñas, en su casa, jamás se les ha permitido sentarse a la mesa sin llevar el cabello convenientemente recogido en una coleta. Imaginen que desde niños no han escuchado más que alabanzas hacia el liberalismo económico. Imaginen que con los años se han ido conformando un sólido ideario en defensa de la empresa privada y de la noble banca que concede crédito para posibilitar el crecimiento. Imaginen también que viven en un territorio de fuertes pretensiones secesionistas y que en su casa les han enseñado a ser unos unionistas a ultranza. Imaginen que todo ese ideario llega a cristalizar tan hondo en sus corazones que sienten que deben defenderlo del contubernio judeo masónico comunista bajo las siglas de algún honorable partido. E imaginen que las siglas de ese partido son dos pes mayúsculas en cursiva con un pajarraco en to el centro.
Bien, pues ahora imaginen que además de todo eso, les van a ustedes las colas. Las colas, sí, las pirulas; que les molan los ciruelos. ¿Estarían dispuestos a renunciar a sus más firmes convicciones por una mera discrepancia puntual con su partido? ¿Abandonarían ustedes la militancia por un simple asunto de preferencia de sabores? Vale, olvidemos entonces las ideas. Vamos a hablar mejor de pelas. Money makes the world go round. ¿Hasta dónde llega su integridad si hablamos de dinero? Díganme, ¿cuál es su precio? Cobran ustedes una nómina de tres mil pavos de salario base y a partir de ahí empiecen a sumar, y a sumar, y a sumar; y ahora les viene su jefe y les pone un papelín delante para que firmen: “El terraplanismo mola mazo y es mogollón de verdad, y Belén Esteban académica de la lengua para antes de ayer”. O lo firman o se largan. ¿Integridad? Ni de coña. ¡Viva la Tierra plana y a tomar por el culo el diccionario! ¿Es que no nos hemos bajado todos alguna vez los pantalones? ¿Qué no? ¡Venga ya! Todo ser humano sobre la faz de la tierra es un crisol de muy diversos afectos, y no ha nacido el ser pensante que no haya tenido contradicciones, aquí todos arrastramos nuestra cuota de paradoja. A Maroto le molan los nabos y los jurdeles, y cada cual compatibiliza sus afectos como puede. ¿Orientación sexual y filiación política? ¿Pero qué coño tendrán que ver? Bueno, ya estamos otra vez con los gritos. Vale, pues mírenlo de este modo:  
¿Se puede ser del Atleti y que te guste la tortilla con cebolla?
¿Se puede ser del Atleti y que te guste sin ella?
¿Se puede ser un capillita de comunión diaria y que te la ponga muy dura el Thrash Metal? Pues claro que sí, por qué no. Y ahora, el más difícil todavía:
¿Se puede ser un facha de los cojones y estar enamorado de otro facha de los cojones igual de peludo que tú? Pues yo hasta el mes pasado pensaba que… no. Pero ya ven, la divina providencia me pone gente inteligente en el camino que me cura de estas cosas.
—¿Te das cuenta de la que les lió Maroto en su momento? —continúa mi amiga— A ver, la cosa es que al tío no le quedan más narices que agachar las orejas y votar lo que le digan, ¿vale? porque a pesar de que el incumplimiento de la disciplina de voto no te despoja del acta de parlamentario, que solo faltaba eso, la consecuencia de hacerlo es condenarte tú solito al ostracismo dentro de tu propio partido. Vamos, tirar tu carrera por la borda por una pataleta, hablando en plata. Llévanos la contraria y te convertimos en un paria en menos de lo que se te enfría este café. Así que Maroto esconde el rabo entre las piernas y vota no. Vale, pero luego el tío se casa e invita a toda la plana mayor. Y es entonces cuando a toda la plana mayor no le quedan más narices que esconder el rabo entre las piernas, acudir a la boda de Maroto y aguantarse el pitorreo general. Maroto se cobró su venganza en bandejita de plata, y ahí le tienes ahora, de los primeritos de la fila y haciendo la renta conjunta, que seguro que hasta les sale a devolver. Menudo zorro.
Asentí a la vez que le devolvía el peta a Joe e intentaba tranquilizar un poco a la señorita Winifred, que ella también es muy de sustos, pero enseguida se le pasan, como a mí. Y sé que es un bocado difícil de tragar, si yo todo eso lo entiendo; pero si hablamos de normalización, seguro que convendréis conmigo en que lo que hagamos en la cama no tiene por qué implicar una especial forma de vida o una filiación política determinada. No es mi caso, ojo, que yo de maricón aburro a un palomo con cojera; y probablemente tampoco sea el suyo. Pero, ¿por qué no va a ser el caso de otra gente? ¿No nos llenamos la boca hablando de diversidad? Diversidad, claro, pero diversidad de la nuestra, ¿no? Qué fácil.
Ay, no sé, la verdad es que no lo sé. ¿A ustedes qué tal les suena? ¿Quien a jierro mata a jierro muere? ¿O lo damos la vuelta y lo pintamos de verde a ver qué tal? Porque el caso es que a mí me dejó pensando. Y no me interpreten mal, que yo sigo siendo igual de intransigente y de cerril que antes de bajarme esa botella guarripei de Berberana con mi amiga Joe en casa. Vamos, que si me he tirado a algún pepero que Dios me perdone y aplíquenme ustedes un eximente por desconocimiento; pero el caso es que la reflexión de mi amiga consiguió que por unos instantes yo llegara a empatizar, aunque fuese solo un poquitín, con estos dos extraterrestres tan desagradables de ver de la foto. Y eso, queridas amigas, eso tiene que ser a la fuerza cosa de magia potagia, pero magia de la buena, de la de Hogwarts.
¿Esperaban un conejo dentro de una chistera? Pues no, esto es aún mejor que el conejo: Invitas a una amiga a cenar, tu amiga te folla la mente y al día siguiente amaneces siendo un poquito mejor persona, odiando un poquito menos, que no es pequeña esa hazaña en estos tiempos que corren.
Así que, gracias, Joe; de verdad que muchas gracias por tanta magia. Y por supuesto que te perdono la pregunta concupiscente, faltaría plus, a estas alturas, tú y yo, enfadarnos por esas cosas. Para la próxima te tendré un Somontano en condiciones y te prometo que nada de pizza esta vez. Te cocinaré, lo juro, aunque sean unas tristes gambitas a la plancha.   
                                                                           


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