MILAGRITOS COTIDIANOS
He
intentado encontrar una foto de ellos dos besándose, intercambiándose anillos o
con las manos enlazadas al menos; pero esas fotos no existen. Tenemos aquí
delante a todo un exalcalde de Vitoria, actualmente vicesecretario general de
organización del PP. El otro es un economista gerente de varias sociedades
radicadas en Durango; así que la cosa no va así. Olvídenlo, ¿ok? Ante todo
urbanidad y buenas maneras.
Y
como me dispongo a hablar más o menos bien de estos dos señores de chaqué aquí
tan sonrientes, quisiera primero aclarar que yo soy votante podemita desde que
existe la formación; aunque puestos a reconocer, también les confieso que en
este asunto del voto me empieza a pasar un poco lo que a Valle-Inclán con el
Carlismo, que mi filiación es más por estética que otra cosa. Yo voto a Podemos
porque la candidatura de Mario Erre me parece de las más sexis que se puedan
encontrar hoy por hoy en la política.
Pero
antes de empezar a hablar de Maroto y de su santo, me van a permitir que hable
un poquito de una buena amiga mía. Algunos ya la conocen. ¿Recuerdan a aquélla
muchacha que durante una larga sobremesa me interrogó, a bocajarro y sin
anestesia, sobre mis hábitos sexuales? Si no lo recuerdan no les culpo,
estarían ustedes ocupados ‘likeando’ videos de gatetes. Y total, a mí no me
cuesta nada recapitular un poquito y ponerles en situación. El caso es que yo
le dediqué un posteo bastante agrio a mi amiga para indicarle que mi libro de
estilo desaconseja de pleno el formular ese tipo de preguntas fuera del tálamo.
Y como soy de natural miedoso, estuve unos cuantos días temiendo su reacción.
Bueno, pues al final mis temores han quedado en agüita de borrajas, porque no
ha habido reacción alguna por su parte. Ayer mi amiga Joe me ha felicitado la
Navidad como si nada y pelillos a la mar. Es posible que haya decidido acogerse
a esa máxima tan socorrida de que ‘lo que no se nombra no existe’; o quizá y
aún más probable, que ni siquiera me haya leído. Y no la culpo, estaría
entretenida ‘likeando’ a otros gais más musculados. Bien que hace.
Pero
el caso es que yo no me he quedado a gusto. A los amigos se les quiere por sus
defectos y por sus virtudes. Y para mí los pecados de Joe son perfectísimamente
veniales: Incontinencia verbal e imprudencia, dos defectos perdonables porque los
dos son flaquezas que también yo comparto con ella y con otra mucha gente.
En
el caso de sus virtudes, yo destacaría una por encima de todas las demás, que
no son pocas: Mi amiga Joe me hace pensar. Y eso es algo que no se paga con
dinero, en serio; cuando encuentren ustedes a alguien así, no lo dejen escapar.
Y
eso, que aquella sobremesa dio para mucho. Tanto como pueda dar de sí una
botella guarripei de Berberana. Hubo preguntas capciosas, respuestas algo
reticentes aunque cargadas sin embargo de generosidad; y hubo, además de todo
eso, magia. Mucha magia. Y hoy me dispongo a hablarles de eso, de de la magia. (Nobleza
obliga, Joe; y a pesar de que tu flema británica te ha inclinado una vez más a condescender
con mis arranques de vehemencia caligráfica, yo este desagravio te lo debo).
Y
ahora sí, vamos al tema, los dos señorines tan felices de la foto. Pues verán,
habríamos promediado ya la botella de tintorro cuando Maroto se nos coló en la
conversación. Y antes de que Joe pudiese siquiera terminar de pronunciar el
nombre del ex edil, yo ya había empezado a disparar toda una batería de
improperios en contra del alavés. Incongruente perrofaldero, maricamala de calzón
largo, desertor del arado vestido de armiño o ‘señorona mayor que le huele mogollón
el chochamen a naftalina’. Esos fueron solo algunos de los calificativos que
quiso mi cerrazón dedicarle. Eso y alguna peregrina alusión a determinadas
parafilias que considero quizá demasiado gráfica como para transcribirla aquí y
amargarles a ustedes el café, porque qué necesidad. El caso es que yo me puse
más rabioso que la Patiño en una piscina de pulgas. Tanto que la señorita
Winifred pegó un bufido, erizó todos los pelos y fue a parapetarse de un
respingo adentro del revistero, con eso les digo todo.
Y
entonces va Joe, me pasa el porro como si nada y con estas sencillas y escuetas
palabras, sin levantar la voz ni un poquito, consigue partirme la cabeza en dos
en un momento:
—Pues
fíjate que yo estaba por decirte que la militancia de Maroto me parece
muchísimo más meritoria que la de cualquier adalid de la izquierda».
¡Zasca!
Me mató. Bueno, no; no del todo. Pero sí que me dio un poco de paralís en un
ojo y estuve tentado de echarla de casa.
—¿Cómo
es eso? ¿A qué te refieres?
—Me
refiero a que al kraken se le puede atacar desde muy diversos frentes: a
pedradas y a cañonazos desde fuera, o bien desde dentro, como lo hace un virus.
La segunda manera es mucho más sibilina, requiere un esfuerzo diferente y a la
postre yo creo que resulta incluso más eficaz. Un caballo de madera con la
panza repleta de soldados, si sabes por dónde voy.
Y
de pronto comprendí. ¡Eureka! Gracias Joe, de verdad que no tengo palabras. Toda
una nueva perspectiva se desplegó entonces frente a mí y tuve algo similar a una
epifanía. Y si no fue una epifanía, cuando menos fue algo parecido al
gustirrinín de después de mear. ¿Pueden sentirlo?
De
acuerdo, imaginen que nacen como varones en el seno de una familia de las
chachis, pero de las chachis de verdad, sábanas de algodón egipcio y todo eso. Imaginen
que a las niñas, en su casa, jamás se les ha permitido sentarse a la mesa sin llevar
el cabello convenientemente recogido en una coleta. Imaginen que desde niños no
han escuchado más que alabanzas hacia el liberalismo económico. Imaginen que
con los años se han ido conformando un sólido ideario en defensa de la empresa
privada y de la noble banca que concede crédito para posibilitar el crecimiento.
Imaginen también que viven en un territorio de fuertes pretensiones
secesionistas y que en su casa les han enseñado a ser unos unionistas a
ultranza. Imaginen que todo ese ideario llega a cristalizar tan hondo en sus
corazones que sienten que deben defenderlo del contubernio judeo masónico
comunista bajo las siglas de algún honorable partido. E imaginen que las siglas
de ese partido son dos pes mayúsculas en cursiva con un pajarraco en to el
centro.
Bien,
pues ahora imaginen que además de todo eso, les van a ustedes las colas. Las
colas, sí, las pirulas; que les molan los ciruelos. ¿Estarían dispuestos a
renunciar a sus más firmes convicciones por una mera discrepancia puntual con
su partido? ¿Abandonarían ustedes la militancia por un simple asunto de
preferencia de sabores? Vale, olvidemos entonces las ideas. Vamos a hablar
mejor de pelas. Money makes the world go round. ¿Hasta dónde llega su
integridad si hablamos de dinero? Díganme, ¿cuál es su precio? Cobran ustedes
una nómina de tres mil pavos de salario base y a partir de ahí empiecen a
sumar, y a sumar, y a sumar; y ahora les viene su jefe y les pone un papelín
delante para que firmen: “El terraplanismo mola mazo y es mogollón de verdad, y
Belén Esteban académica de la lengua para antes de ayer”. O lo firman o se
largan. ¿Integridad? Ni de coña. ¡Viva la Tierra plana y a tomar por el culo el
diccionario! ¿Es que no nos hemos bajado todos alguna vez los pantalones? ¿Qué
no? ¡Venga ya! Todo ser humano sobre la faz de la tierra es un crisol de muy
diversos afectos, y no ha nacido el ser pensante que no haya tenido contradicciones,
aquí todos arrastramos nuestra cuota de paradoja. A Maroto le molan los nabos y
los jurdeles, y cada cual compatibiliza sus afectos como puede. ¿Orientación
sexual y filiación política? ¿Pero qué coño tendrán que ver? Bueno, ya estamos
otra vez con los gritos. Vale, pues mírenlo de este modo:
¿Se
puede ser del Atleti y que te guste la tortilla con cebolla?
¿Se
puede ser del Atleti y que te guste sin ella?
¿Se
puede ser un capillita de comunión diaria y que te la ponga muy dura el Thrash
Metal? Pues claro que sí, por qué no. Y ahora, el más difícil todavía:
¿Se
puede ser un facha de los cojones y estar enamorado de otro facha de los cojones
igual de peludo que tú? Pues yo hasta el mes pasado pensaba que… no. Pero ya
ven, la divina providencia me pone gente inteligente en el camino que me cura
de estas cosas.
—¿Te
das cuenta de la que les lió Maroto en su momento? —continúa mi amiga— A ver, la
cosa es que al tío no le quedan más narices que agachar las orejas y votar lo
que le digan, ¿vale? porque a pesar de que el incumplimiento de la disciplina
de voto no te despoja del acta de parlamentario, que solo faltaba eso, la
consecuencia de hacerlo es condenarte tú solito al ostracismo dentro de tu
propio partido. Vamos, tirar tu carrera por la borda por una pataleta, hablando
en plata. Llévanos la contraria y te convertimos en un paria en menos de lo que
se te enfría este café. Así que Maroto esconde el rabo entre las piernas y vota
no. Vale, pero luego el tío se casa e invita a toda la plana mayor. Y es
entonces cuando a toda la plana mayor no le quedan más narices que esconder el
rabo entre las piernas, acudir a la boda de Maroto y aguantarse el pitorreo
general. Maroto se cobró su venganza en bandejita de plata, y ahí le tienes
ahora, de los primeritos de la fila y haciendo la renta conjunta, que seguro
que hasta les sale a devolver. Menudo zorro.
Asentí
a la vez que le devolvía el peta a Joe e intentaba tranquilizar un poco a la
señorita Winifred, que ella también es muy de sustos, pero enseguida se le
pasan, como a mí. Y sé que es un bocado difícil de tragar, si yo todo eso lo
entiendo; pero si hablamos de normalización, seguro que convendréis conmigo en
que lo que hagamos en la cama no tiene por qué implicar una especial forma de
vida o una filiación política determinada. No es mi caso, ojo, que yo de
maricón aburro a un palomo con cojera; y probablemente tampoco sea el suyo.
Pero, ¿por qué no va a ser el caso de otra gente? ¿No nos llenamos la boca
hablando de diversidad? Diversidad, claro, pero diversidad de la nuestra, ¿no?
Qué fácil.
Ay,
no sé, la verdad es que no lo sé. ¿A ustedes qué tal les suena? ¿Quien a jierro
mata a jierro muere? ¿O lo damos la vuelta y lo pintamos de verde a ver qué tal?
Porque el caso es que a mí me dejó pensando. Y no me interpreten mal, que yo sigo
siendo igual de intransigente y de cerril que antes de bajarme esa botella
guarripei de Berberana con mi amiga Joe en casa. Vamos, que si me he tirado a
algún pepero que Dios me perdone y aplíquenme ustedes un eximente por
desconocimiento; pero el caso es que la reflexión de mi amiga consiguió que por
unos instantes yo llegara a empatizar, aunque fuese solo un poquitín, con estos
dos extraterrestres tan desagradables de ver de la foto. Y eso, queridas
amigas, eso tiene que ser a la fuerza cosa de magia potagia, pero magia de la
buena, de la de Hogwarts.
¿Esperaban
un conejo dentro de una chistera? Pues no, esto es aún mejor que el conejo:
Invitas a una amiga a cenar, tu amiga te folla la mente y al día siguiente
amaneces siendo un poquito mejor persona, odiando un poquito menos, que no es
pequeña esa hazaña en estos tiempos que corren.
Así
que, gracias, Joe; de verdad que muchas gracias por tanta magia. Y por supuesto
que te perdono la pregunta concupiscente, faltaría plus, a estas alturas, tú y
yo, enfadarnos por esas cosas. Para la próxima te tendré un Somontano en
condiciones y te prometo que nada de pizza esta vez. Te cocinaré, lo juro,
aunque sean unas tristes gambitas a la plancha.