GASOLINERAS, CINTAS DE CHISTES, CHISTES DE MARIQUITAS, RESTAURAR.
(publicado en Atroz con leche, febrero 2019)
Por
veinticinco pesetas, ¿podrían decirme qué tienen en común un colibrí albino, un
alquiler de menos de cuatrocientos pavos en Ibiza, y un brote de baobab en
mitad de la Antártida? ¡Exacto! Veo que anoche han dormido bien y hoy han
venido con muchas ganas al programa. Eso es. Esas tres cosas comparten la
catalogación de rarezas, cositas excepcionales que bien podrían formar parte de
cualquier gabinete de curiosidades. Los ingleses las llaman oddities, los franceses bizarreries, y aquí en España a veces
decimos ‘perro verde’, otras veces ‘chorizo de tres puntas’ y otras veces
‘político honrado’. Y eso es precisamente lo que les traigo hoy: una
excepcional singularidad, una deliciosa extravagancia, una auténtica rareza.
Observen bien esa foto y díganme lo qué ven.
¿Un
maricón? ¡No, hombre, no! O sea, sí; pero vamos, que no es por eso. ¿Cómo va a
constituir un maricón una rareza? ¡Si crecemos como las setas! Va, concéntrense
detenidamente, por veinticinco pesetas… ¿Una carátula de casete? Buen intento,
pero no. Casetes aún se encuentran en el Rastro. Incluso les diría que si se
atreviesen a levantar esa alfombra que nunca levantan, lo mismo hasta se
llevaban una sorpresa.
Para
dar con ello deben observar atentamente quién
está ofreciendo qué. De acuerdo, se
lo diré: Tienen delante de ustedes a un maricón que contaba chistes de
maricones, o lo que es lo mismo, y lo diré bien alto y en mayúsculas:
ALGUIEN
CAPAZ DE REÍRSE DE SÍ MISMO.
Qué,
¿cómo se quedan? Pues igual me he quedado yo. Aún me estoy pellizcando.
¿Será
posible? ¿Pero eso existe? Pues por supuesto que no, mi querido millennial que
tantas cosas ignoras; por eso, precisamente, constituye una rareza. Por
supuesto que hoy en día no existe nadie en este noble reino capaz de reírse de
sí mismo, pero en la España en la que crecimos yo y otros cuantos pollas-viejas,
sí existía gente así. Por supuesto que no me refiero a Bertín, ¿se imaginan a
Bertín sacando una cinta de chistes de fachas? Eso sí que sería una rareza del
copón bendito. Para nada; Bertín solo le dedica canciones a tu señora madre y
hasta mañana. Pero dejando de lado a Bertín Osborne te diré, mi querido
millennial de delicioso tufillo hormonal, que en la antigüedad pleistocénica en
la que creció tu daddy, España se caracterizaba por ser un país cálido y
exterior, amante de la vida despreocupada y sencilla; un país lleno de humor.
—¿De
verdad? Ay, daddy, cuéntame otra vez ese cuento tan bonito de gendarmes y
fascistas y estudiantes con flequillo…¡please!
—De
acuerdo, querido millennial como te llames. Quítate los calzoncillos y ven a
sentarte a mi lado.
Pues
verás: Érase una vez un reino muy lejano en el que la mayoría de sus súbditos
hacía las vacaciones en Santa Pola y viajaban en renoles cuatro eles. También
había algunos que viajaban en panda, pero vamos, que la mayoría lo hacía en
renoles cuatro eles. En aquél antiguo reino todo el mundo amaba al ritmo de la
fuerza del destino, no existía el sobreenvasado, los tomates sabían a tomate y
nadie se afeitaba el matojo.
—¡¿Cómo?!
¡¿Qué nadie se afeitaba el matojo?! ¡¿En serio?!
—Como
lo oyes, nadie. Todos ahí, con todo ahí… como animalitos. Y tampoco existían
las lentejas en tarro de cristal. La peña iba por la vida tan feliz con su
matojo, y las lentejas se ponían en remojo.
—¿En
remojo?
—Sí,
sí, en remojo, la noche anterior. En aquél reino tan feliz y despreocupado los
pucheros se guisaban lentitos, el Fa venía en roll-on, aún existían los
programas de entrevistas, los problemillas que uno tuviese con Hacienda se
solucionaban a base de crowdfunding, el
machismo no se combatía a gritos por las redes, sino a golpe de zapatilla
casera o a escobazos (las feministas más agresivas a veces le partían a su
marido la cabeza con el hueso del jamón, aunque eso tampoco era lo habitual) y
la gente contaba chistes.
—¡¿Chistes?!
»¡Sí,
sí! Chistes. ¡Los había a cientos! Qué digo a cientos, ¡los había a millares!
Chistes machistas, chistes feministas, chistes de maricones, de negros, de
curas, de putas, de monjas, de vascos, de catalanes, de leperos, chistes de
guardiaciviles y de etarras, chistes de Irene Villa y de Carrero Blanco…; por
haber, había hasta chistes de Jaimito.
—¿Chistes
de Jaimito?
—Pues
sí, chistes de Jaimito y de una señora que se llamaba Mistetas, flipa; y eso
que Jaimito era un menor, pero es que en aquel reino tan lejano la edad de
consentimiento sexual estaba fijada en los trece años. ¡Alucina! Pero es que
eso no es lo más fuerte. Lo más fuerte es que en ese lejano reino, la gente, a
veces, no tenía opinión.
—¡¿De
verdaaad?!
—Como
lo oyes. O sea, por ejemplo, tú ponte que estabas esperando en la cola del
médico y te encontrabas con el hijo de la sacristana y le preguntabas: “Oye,
Rogelio, ¿y tú qué piensas de la entrada de España en la OTAN?” y el tío te
contestaba: “Pues no lo sé, tronco, como que me da bastante igual; por mí como
si se la cuecen con Avecrem todos estos”.
—¡¿EN
SERIO?!
—Como
te lo estoy contando. Y el colega se quedaba tan tranquilo. Pero que ni se
avergonzaba ni nada ¿eh? En aquél reino la gente, en ocasiones, no tenía una
opinión formada de algo y… ¡dormían tan tranquilos! ¿Lo puedes creer?
—¡Wooow!
Alucinante. ¿Y entonces que pasó, daddy?
—¿Que
qué pasó? Pues pasó que llegó a aquél reino un presidente muy guaaapo, muy
guapo, muy guapo. Y ese presidente tan guapo cogió un palo muy laaargo, muy
largo, muy largo. Y ese palo tan largo lo metió el presidente dentro de un pozo
de mierda muy profuuundo, muy profundo, muy profundo. Y el presidente removió,
y removió, y removió…
—Y
la casita de paja voló.
—Bueno,
más bien explotó. A partir de entonces se alzaron en armas dos ejércitos de
orcos rabiosos que hacían muchísimo ruido. Por un lado estaban los
reaccionarios de la derecha de siempre, que habían permanecido dormidos durante
muchísimo tiempo gracias a un potente hechizo que les había lanzado un brujo
abulense que se llamaba Adolfo Suárez, hasta que al presidente ese tan guapo se
le ocurrió meter el palo en el pozo y remover toda la mierda, y entonces los
orcos se despertaron. Y por otro lado se formó un nuevo ejército de orcos
rabiosos para combatir a los orcos más antiguos que acababan despertar, y así
volver a luchar, todos contra todos, para hacerse de nuevo con el anillo. Y a
este nuevo ejército que se acababa de alzar en armas lo llamaron
“reaccionariado de izquierda”.
—Wooow…
¿Y entonces?
—Pues
nada, que a partir de ahí la gente empezó a tener una opinión formadísima e inamovible
por todo; se dejaron de hacer programas de entrevistas y una señora muy
puñetera con el pelo teñido de blanco copó todas las cadenas televisivas con
programas sobre neurociencia y psiquiatría. Luego el rey se mosqueó mogollón porque
un pintamonas dibujó a la reina con las tetas caídas, así como súper mal
dibujada, la reina; y todo cristo se puso a hablar a gritos. La fiscalía
comenzó a actuar de oficio contra todo aquel que se pasase de graciosillo.
Almodóvar se hizo intelectual y empezó a cotizar a la baja. Mataron a la
Veneno, resucitó la Veneno para cagarse en tos
sus muertos y volvió a fallecer la Veneno. Colgaron a varios titiriteros del
campanario para dar ejemplo al pueblo. Resucitó después Santiago el Mayor y
resucitó también su caballo, y otra vez se liaron a espadazos contra los moros.
La cosa catalana asoló los campos y los mares como las siete plagas de Egipto,
y la peña andaba toda empachada de butifarra y de pambolí, porque se dejó de
producir cualquier otro tipo de alimento. Todas las canciones empezaban y
terminaban con la misma y única palabra, que generalmente era ‘cucu’ o ‘mami’,
la palabra. Mataron a Georgie Dann y lo hicieron santo los que vinieron después.
Resucitó Georgie Dann para llevarse la barbacoa (que se le había olvidado; ale,
ya no se podían hacer barbacoas) y aunque pasó de espicharla otra vez, ya nunca
regresó a España. Ah, también murió el Rock&Roll por vigésimo sexta vez,
aunque esta vez ya de manera definitiva. El Rock jamás resucitó y se acabaron
las letras guapas, las de las canciones y las de los libros, porque la crítica
literaria empezó a poner por las nubes a Juan Manuel de Prada y Juan Manuel de
Prada se infló, se infló, se infló… hasta que Juan Manuel de Prada llegó a
ocupar una extensión equivalente a las dos Castillas y parte de Extremadura y
Portugal, y los escritores empezaron a imitarle escribiendo cosas mazo serias y
ya nadie escribía libros divertidos; y hasta los niños (que hasta el momento se
habían salvado) empezaron a creer que una esponja epiléptica y mamandurria
hacía así como que gracia, y el aburrimiento del personal llegó hasta tal punto
que la Torroja sacó otro insulso y muy prescindible disco de gorgoritos, pero
que en lugar de decir ‘cucu’ o ‘mami’ como la mayoría de las canciones, el suyo
decía ‘túytúytúytúytú’ y que si yo tuve una regla malísima en su momento, y los
de Atroz con leche hasta se lo aplaudieron y todo. ¡¡FLI-PA!! ¡Ah! Y por
supuesto se dejaron de contar chistes. Ya nadie contó chistes nunca más.
—Vayaaa,
qué pena… Ay, daddy, ¿y no te acuerdas de algún chiste de aquella época?
—Sí,
me sé uno; pero que no se te ocurra contárselo a nadie, porque es un chiste
homófobo, serófobo, machista, antiabortista, antisorodidadista y diabólicamente
neoliberal, y además hace apología del sexo sin protección. Dice así: ¿Tú sabes
por qué a los maricones nos la suda bastante la ley del aborto aunque todos nos
finjamos muy comprometidos?
—¿Por
qué, daddy?
—Joder
que eres tonto, niñato; pues porque la leche con la mierda no cuaja, de toda la
vida de Dios, que te has quedado medio gilipichis de mirar la esponja esa.
—Ay,
daddy, qué bueno. Leche por mierda, como atroz por arroz, ¿no? O sea, como un
juego de palabras y todo eso, ¿no? Ojalá pudieras contarme otro, y otro, y
otro…, pero me parece que alguien nos está tirando la puerta abajo.
—No
te preocupes, perrito. Solo es la policía de lo correcto que viene a cobrarse
el impuesto revolucionario. Tú acuérdate de lo que hemos hablado para que no
sospechen nada. Si te preguntan qué es lo más grande que se ha parido en España
en los últimos cien años, ¿tú qué vas a contestar?
—¡ROSALÍA!
—¡Ole!
¡Ese es mi niño! Déjame que despida a los señores policías y después un colacao
y a la cama, ¿de acuerdo?
—¡ROSALÍA!
—Ay,
Señor, llévame pronto…
(Imagen
cortesía de Paqui Dherma, que como todo el mundo sabe, es el seudónimo tras el
cual Almodóvar publica subrepticiamente en Facebook sus cositas. Y a ver qué
coño vais a hacer con Villarejo, que se puede cagar la perra y nos quedamos sin
país).