lunes, 12 de noviembre de 2018

MAÑAS Y EL 'BEAT' ESPAÑOL



MAÑAS Y EL 'BEAT' ESPAÑOL
 
 

Érase una vez, una república floreciente. Una república en la que las mujeres se podían divorciar y ser económicamente independientes de sus padres y maridos. Una república que empezaba a implementar una educación libre, laica y de calidad para todos sus ciudadanos. Una república en que la homosexualidad dejó de estar tipificada como delito. Una joven república, en fin, que empezaba a dar los primeros pasos en la implantación de los modernos principios y valores democráticos que comenzaron a cristalizar en los estados occidentales de aquellas primeras décadas del siglo XX.
Entonces llegó a aquella joven república un señor bajito y con muy mala leche que partió la república en dos. Asoló aquél país con una guerra intestina y entre hermanos —una guerra que nadie ganó— y de ahí en adelante se apoltronó en un palacio muy viejo durante más de treinta años, años durante los cuales, en aquel país, se hizo lo que a este señor tan bajito y con tan mala leche se le puso en las santísimas gónadas.
La herencia de aquellos oscuros años en que Sauron llevó el anillo y se arrogó el petulante derecho de gobernarlos a todos, se dejó sentir en aquel país herido en forma de un importante retraso madurativo en muy diversos aspectos; y la literatura tampoco escapó de esta triste involución.
La literatura durante la dictadura franquista estuvo dividida en dos grandes frentes. De un lado se situaron los autores afines al régimen o aquellos que quisieron mirar para otro lado, cultivando una literatura esteticista y conservadora que la fauna de copete consumía con fruición. De este lado la poesía arraigada de Panero y Luis Rosales, las novelitas de salón de Carmen de Icaza o el teatro  popular de Arniches o los Quintero.
De otro lado, la literatura existencialista que mostraba sin tapujos el desarraigo vital y la desesperanza de la sociedad de posguerra iría conformando la nueva novela social de los años cincuenta. El ‘tremendismo’ de ‘La familia de Pascual Duarte’ y el grito que supuso ‘Nada’, de Carmen Laforet, serían el estopín de salida para una serie de novelas donde la realidad satura la narrativa. Nuevamente Cela, con ‘La colmena’; ‘El Jarama’, de Ferlosio; ‘El camino’, de Delibes; o ‘Primera memoria’, de Ana María Matute serían prueba y testimonio de la realidad social de aquellas primeras décadas de la dictadura.
Sería injusto olvidar el humor, porque aquella sociedad de silencio y falta de libertades necesitaba como el agüita de mayo el oxígeno de la risa; y ese oxígeno lo tuvo, lo tuvo mucho y muy bueno en las figuras magistrales de Tono, Poncela, Neville o Mihura —no me sustraigo a apuntar que a la primera ‘Pretty Woman’ la creó Mhiura en 1959, y la llamó Maribel—.
Y también sería injusto olvidar a los grandes nombres de la novela experimental de los años sesenta, un magistral Martín-Santos, en ‘Tiempo de silencio’, recurriendo a temas tan espinosos para la época como el aborto en una novela donde más allá del fracaso de su protagonista, quien fracasa estrepitosamente es toda una sociedad al completo. O el gigantesco monólogo interior de Carmen Sotillo en ‘Cinco horas con Mario’, donde Delibes también hace fracasar a una sociedad entera a través de los velados reproches de una viuda a su marido de cuerpo presente.
Olvidándome de muchos nombres y siendo simplista al extremo, cuando hablo de ‘retraso madurativo’ me refiero al escalofriante dato de que la primera edición de ‘El pueblo y la ciudad’ —publicada aún bajo el nombre de ‘John’ Kerouak— data de 1950, el mismo año en que Carmen de Icaza publicaba en España ‘Yo, la Reina’.
Cuando hablo de retraso madurativo me refiero a que algo como ‘El almuerzo desnudo’ de Burroughs hubiera sido impensable en la España sumisa y pacata de 1959. Cuando hablo de retraso madurativo me refiero a que mientras en España hacíamos cola para ver a Conchita Velasco en ‘Las chicas de la Cruz Roja’, siete mil quilómetros al Oeste, al otro lado del charco, estaba ya floreciendo la Generación Beat americana. Cuando hablo de retraso madurativo me refiero a que siete años antes de que naciera Fabio McNamara, un puñado de escritores norteamericanos ya estaban sentando las bases de lo que sería el PUNK de la década de los ochenta.
No seré yo quien se atreva a poner en tela de juicio la sacrosanta Transición española. Ya otras voces más potentes y autorizadas han tenido a bien señalar que, en muchos aspectos, la tan alabada Transición no fue sino un tardo-franquismo convenientemente maquillado. Y tampoco voy a obviar que no fue fácil, que durante muchos años, numerosísimas y muy musculosas figuras políticas tuvieron que hacer denodados esfuerzos sobre el alambre para volver a unir lo que una herida de treinta y seis años había desunido. Pero debemos reconocer que en muchos aspectos este país siguió arrastrando ese retraso madurativo hasta bien entrada la década de los ochenta, y aún esto siendo magnánimos.
Por mi parte, jamás me cansaré de repetir que el BEAT no llegó a España hasta que Mañas publica el Kronen. Quizá Mañas tuvo un precedente en la figura de José Luis Alonso de Santos —teatro— y en el cine quinqui de Jose Antonio de la Loma y de Eloy de la Iglesia, pero en el ámbito de la narrativa Mañas fue, es y será, nuestro primer autor PUNK de pleno derecho —tampoco sé si ha habido alguno más después de él—.
Que lo de Mañas no es literatura es algo que todavía discuten hasta sus compañeros de generación. Por apenas tres euritos que cobra Filmin podéis descojonaros a gusto viendo a un señor sudoroso y abotagado de chuletones sorprendiéndose de que Mañas aún siga escribiendo. A ver, que a cada uno lo suyo, y que aquí el criterio es libre, pero creo que a Mañas no se le puede negar el haber sido el primero en dar voz a una generación hastiada de títulos blancos.
El rock&roll podrá gustar más o menos, pero a nadie en su sano juicio se le ocurriría aseverar que el rock&roll no es música; lo mismo que siguen siendo música el tecno, el rap, el hip-hop, trip-hop, drum&bass y así ad infinitum, por más que a Teresa Berganza puedan horrorizarle estas y otras expresiones musicales. Sin embargo en literatura siempre se ha tendido a denostar todo aquello que no resuena con el esquema compositivo clásico.
Se infravalora lo nuevo, lo diferente, lo que hace ruido. Al igual que el oído acostumbrado a las armonías academicistas de la edad dorada de la música se escandaliza ante la escala pentatónica del jazz, así los ojos amigos del retruécano y la impostura se escuecen muy fácilmente leyendo groserías e improperios impresos en papel offset; pero por mucho que les escueza, ese fragor y ese ruido sigue siendo literatura en mayúsculas.
A Mañas siempre habremos de agradecerle el fiel testimonio de una manera de hablar, de sentir, de comerse la ciudad. Testigo y cronista in situ de una generación excluida por sus propios padres, los padres que también lo fueron de la transición, y que tan bien supieron repartirse ese pastel.
Y por mucho que a un señor sudoroso y abotagado de chuletones le duela, a Mañas también hay que reconocerle la afiladísima visión para anticipar la podredumbre de las alcantarillas del estado o el descalabro de aquella fiesta inversionista que parecía no tener fin en aquellos primeros años de los 90. Todo eso está en la tetralogía del Kronen, junto a la crítica social, el retrato generacional, la jerga, la juerga, los neologismos, las nuevas drogas de reciente diseño que consumíamos en comunión y toda la música que nos hacía vibrar por entonces.
El Kronen fue nuestra literatura, la nuestra, por fin la nuestra; no la que decidían nuestros padres desde los blancos despachos enmoquetados de las grandes editoriales. De hecho Mañas se coló como un trueno en aquellos despachos, manchando las impecables moquetas de barro, demostrando a todos los paladines del ramo que la juventud quería leer, y que quería leer su propia literatura, la suya, la de sus autores.
No estuvo solo, estuvieron con él completando la nómina Lóriga y la Etxebarría, Gabriela Bustelo, Ismael Grasa, Pedro Maestre, Paula Izquierdo, Benjamín Prado, Marta Sanz… E hicieron generación, por mucho que ellos se reafirmen en lo contrario. Fueron generación para nosotros, los lectores; y les llamaron neorrealistas, generación X o simplemente chicos malos. 
No me olvido de que para cuando Mañas se hizo con el finalista del Nadal, Lóriga ya había publicado ‘Lo peor de todo’ en 1992, y ‘Héroes’, del 93. Pero si el BEAT es escándalo y ruido, droga, nihilismo, exageración…, quien de verdad hizo revolverse a los popes de la narrativa de este país fue Mañas, el primer BEAT español.
Y a partir de ahí, el que alguien quiera arrogarse el derecho de decidir qué es y qué no es literatura, tampoco es nuestro problema. La literatura es un espejo de la vida, y en ese espejo se refleja todo, lo sagrado y lo profano, lo académico y lo mundano, lo asonante y lo disonante, el caca-culo-pedo-pis y por supuesto también el BEAT, por más que a un señor sudoroso y abotagado de chuletones le escueza el ojete reconocerlo.
Lo dicho, disfruten de Mañas sin complejos. 
   


2 comentarios:

  1. Me encanta Juan, q guay!
    Ya me dirás como ponerlo para q me salga cdo los pongas.. Un besazo

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    1. Gracias Jane!! La verdad que no me apaño demasiado bien con las tecnologías, no sé de que manera podrías crear una alerta en blogger, pero si quieres te agrego al Facebook: Juambe Muñoz

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