lunes, 12 de noviembre de 2018

EL HOMBRE DETRÁS DEL NOMBRE



EL HOMBRE DETRÁS DEL NOMBRE
 
 
Propongamos unas coordenadas para situarnos, y convengamos que estamos en Londres, zona uno; primer y casi único número de Logan Place, una calle de impecable trazado rectilíneo en el exclusivo barrio de Kensington. Apenas restan un par de minutos para las doce del mediodía cuando un orondo y bien cuidado gato bicolor, de nombre Goliat, ha conseguido al fin superar el inconmensurable reto que se había propuesto para esta soleada mañana: fugarse de Garden Lodge con todas las consecuencias.
Y lo sé, ‘inconmensurable’ es una palabra demasiado larga, demasiado grande; debe por tanto emplearse con muchísimo cuidado. Comprendo que pueda parecer exagerada para describir una modesta epopeya minina, pero es que la proeza que Goliat acaba de realizar es cualquier cosa menos modesta: Garden Lodge se protege de las miradas de los curiosos con un infranqueable doble muro de más de tres metros de altura en todo su perímetro.
La anécdota nos la brinda Jim Hutton en su libro “Mercury & Me” —no busquen edición en castellano porque no existe—, y no nos llega a aclarar el señor Hutton el modo en que consiguió aquel gato marrullero llevar a feliz consecución tan monumental hazaña —obviamente Hutton no fue testigo—, pero el caso es que Goliat lo consiguió. Sus suaves almohadillas rosadas acaban de pisar territorio desconocido. Su diminuta nariz hociquea feliz los desconcertantes olores de una ciudad que se despliega por fin ante él, totalmente ajeno y desentendido de la hecatombe que su ausencia va desatar en el interior de la mansión algunas horas después.
Para que a nadie le quepa duda: Los gatos pueden deambular por el jardín y explorar su modesto territorio a placer durante el día; pero todos, sin excepción, deben encontrarse en el interior de la residencia antes de la puesta del sol. Freddie es inflexible a ese respecto. Así que algunas horas después de que Goliat consiguiera llevar a buen término su plan de fuga, el pánico se había apoderado de los habitantes y trabajadores de Garden Lodge. Se revisaron armarios, cajones, anaqueles y aparadores… Desde el sótano al desván no quedó un solo rincón por inspeccionar, un solo lugar por recorrer, mientras una avanzadilla compuesta de los más allegados iniciaba una exhaustiva incursión por los alrededores de la finca; pero Goliat no aparecía por ningún lado.
Poco antes de la medianoche Freddie regresaba de Town House. Se lo comunicaron de inmediato. Por su expresión las cosas no habían ido demasiado bien en el estudio de grabación aquel día, y cuando recibió la noticia de la desaparición del gato, explotó. Perdió los nervios hasta el punto de lanzar un carísimo hibachi japonés por la ventana —suponemos que sin contemplar la posibilidad de abrir la ventana primero—, y cuando al cabo consiguieron tranquilizarlo un poco, llegó a ofrecer una recompensa de mil libras esterlinas a quien pudiera darle razón de su peludo minino.
Toda una reina del drama, una gran diva ofendida, un emperador feroz: Freddie Mercury en estado puro. Y a nadie debería sorprenderle, ¿quién puede escandalizarse? Estamos hablando de Freddie Mercury, cualquier otra reacción nos hubiese decepcionado.
Bien, nada de esto encontrarán en Bohemian Rhapsody.
Con respecto a los gatos, por cierto, Jim Hutton también nos ofrece en su libro detalles bastante más concupiscentes: “Éramos anticuados cuando se trataba de tener sexo en la intimidad. Cada vez que Freddie y yo saltábamos uno sobre el otro en el dormitorio para hacer el amor, él siempre se aseguraba de que ninguno de los gatos estuviera mirando”. Y en este caso, lo que observamos es a un hombre haciendo gala de una enternecedora pudibundez; no es mojigatería, solo sana urbanidad. Pero, repito: nada de esto van a encontrar en Bohemian Rhapsody.
El proyecto ha sido una total debacle desde sus inicios. Que a Rami Malek no le acompaña el físico es algo a todas luces evidente. No es ya que el señor Bulsara fuese bastante más guapo; es que Malek nos da como resultado un Mercury encanijado, pequeñito, un Mercury que no llena el escenario. Algo que sin duda no hubiera ocurrido de haber seguido Sacha Baron Cohen en el proyecto. Pero tres años después de que Brian May anunciara en la BBC que el actor de Borat daría vida a Freddie en la cinta, el señor Cohen decide desvincularse del biopic. Corría el año 2013 —ya ha llovido—, y la razón que entonces ofrece el humorista para explicar su partida fue que, tras habérsele explicado someramente el esbozo de lo que sería la película, y de escuchar, asombrado, que Mercury fallecería hacia la mitad de la cinta, preguntó bastante intrigado al resto de miembros de la banda qué ocurriría después. “Bueno, en la segunda mitad se verá cómo la banda sale adelante a pesar de todo”, fue lo que contestaron. Así las cosas, Cohen pensó que ya había escuchado suficiente y se largó.
Con todo, y a pesar de la espantada del primer protagonista, el proyecto se retoma en 2015; y ya en 2017 se da inicio a un rodaje accidentado y abrupto que vuelve a copar titulares. El dislate se completa con rumores sobre la tiranía del realizador hacia los actores, las constantes peleas de Bryan Singer con Malek, la reaparición de denuncias por acoso contra Singer en pleno auge del #MeToo, su decisión de ausentarse del rodaje sine die tras el descanso de Acción de Gracias y la resolución final de los ejecutivos de la Fox, que sustituyen a Singer por el que hasta entonces había sido el director de fotografía del film, Thomas Newton.
El estreno ha constituido, por tanto, un milagro. Y el resultado es un biopic avalado por la banda, una especie de cuento de hadas oficializado, un álbum familiar happyflower y buenista, es decir: Nada de enanos portando bandejas de cocaína sobre la cabeza, nada de camareros desnudos con pajarita, nada de rituales de vudú con pollos vivos ni profesionales del sexo contratados para atender a los invitados VIP. El retiro de Mercury en Munich se solventa con un fallido intento de apenas ‘cuatro o cinco chicos malos’ por intentar apartarlo del ‘buen camino’, cuando en realidad Freddie celebró allí su trigésimo noveno cumpleaños con una fiesta que se alargó por tres semanas. Arranques de vehemencia, exóticos delicatessen servidos sobre esculturales cuerpos humanos, rayas de coca, ambiciones desmedidas, celos artísticos y traiciones dignas de la mafia calabresa…, todo esto queda fuera de Bohemian Rhapsody. Los sucesivos jets privados de la banda —el primero fue el ‘Lisa Marie’, que perteneció a Elvis— tampoco aparecen por ningún lado.
Sin embargo sí existe algo en la cinta que muy pocas veces se deja ver en documentales y reseñas sobre el cantante; algo que Malek —y a pesar de ofrecernos a un Freddie encanijado y pequeñito— sí consigue mostrarnos de manera magistral gracias a un trabajo de mímesis apabullante, oficio actoral cien por cien americano; me explico:
Existe una entrevista a Freddie en YouTube, está fechada en 1987 y la condujo un tal Rudi Dolezal. Y quizá sea mucho suponer, pero la actitud de Freddie a lo largo de toda esa conversación lleva a pensar que quizá accediese al encuentro tras un extenuante día de trabajo. Cinco minutos más de mascarada y al fin podría largarse a su casa. Pero Freddie está cansado, la fatiga se trasluce en sus ojos y en un determinado momento no consigue evitar bajar un poco la guardia. Y entonces sucede algo mágico: Mercury desaparece y quien empieza a responder a las preguntas es Farrokh, el niño feo y dientón a quien en Feltham tachaban erróneamente de ‘paki’. Farrokh en toda su fragilidad de artista, Farrokh en su inseguridad más humana. Farrokh dueño de un amaneramiento que no llega a ser del todo femenino, pero de una delicadeza que conmueve; una pluma personalísima, sofisticada y turbadora, una pluma sexy como el infierno.
El hombre detrás del nombre, el rey ya sin su corona. El adolescente de la escuela de arte a quien se llegó a apodar ‘La Reina’ por su extravagante costumbre de azotar a sus compañeros teatralmente con un pompón colgado de un hilo. Aquel homosexual en ciernes que jamás alcanzó a perdonarse el haber puesto un punto final a su relación con  Mary Austin; aquel ya marido de su marido que sufría estando lejos de casa y que le pedía a Jim que le pusiera a los gatos al teléfono. Mercury reconociéndose sin ningún pudor como ‘The Great Pretender’, ese es el Freddie al que interpreta Rami Malek, y lo hace de un modo soberbio.
Vayan a verla a pesar de todo, en serio. Y tranquilos, Mercury no fallece a mitad de la película, y además pueden llevar a los niños.

 


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